Comenzando a invertir…

Desde muy chico, en mi casa, un concepto muy importante fue siempre el de trabajar para salir adelante. La idea de que estudiar una carrera (preferentemente una de las “tradicionales”) era la mejor forma de progresar y tener un buen pasar económico, fue algo que me inculcaron siempre y que, en cierta medida, no estaba tan errado. Después de todo, si bien no es la regla, un título universitario generalmente abre ciertas puertas que, de otra forma, ni siquiera estarían como una opción.

Ya de adulto y con algo de experiencia en el mundo laboral, sigo pensando que el estudio es la piedra fundamental sobre la que se construye la riqueza (y no solo la económica). El punto es que basarnos en fórmulas que les funcionaron a nuestros padres (o a los suyos) no necesariamente es la mejor opción. Es común escuchar en algún video o leer en algún texto ese famoso descargo de responsabilidad que reza: “Rentabilidades pasadas no aseguran rendimientos futuros”. Me parece que ese concepto aplica a esta situación particularmente bien.

Antes de seguir, me gustaría que quede bien en claro que de ninguna manera estoy diciendo que estudiar una carrera o trabajar en determinada profesión es una mala elección, porque lo que estoy por escribir puede llegar a malinterpretarse de esa manera.

Ahora sí, profundizaré un poco en esto de las viejas fórmulas y las cosas que se pueden cambiar para mejores resultados.

En primer lugar creo que, como yo, más de una persona nunca escuchó en su casa el término “inversión” fuera del contexto de la compra de una casa, un auto o del emprendimiento de un negocio. Quedará para otra oportunidad, quizás otro artículo, la discusión de si efectivamente es una buena inversión o no comprar una casa o un auto, ya que son temas de debate ferviente. El foco de estas líneas está en la experiencia de encontrarse por primera vez con el concepto de inversión como algo que genera dinero, un instrumento para encontrar esa elusiva independencia financiera.

En mi experiencia, pensar en invertir fue toda una revelación. De golpe, forzado por la realidad económica del país y las dificultades propias que la pandemia impuso sobre mi profesión, me vi expuesto a una idea que, para mí, era revolucionaria: invertir parte de mi dinero para hacerlo crecer, buscando el punto en el que esas mismas inversiones generen algo llamado “flujo de dinero”. ¡Una locura! ¡Irreal! ¡Completamente descabellado! ¿O no?

Claramente, como buen novato, cometí muchos errores que me costaron sus buenos billetes y terminé por aprender a fuerza de golpes. Después de todo, a veces se gana y a veces se aprende. Pero lo importante es que hoy no solamente puedo evitar esos errores, sino también compartir lo que, para mí, es el modo correcto de arrancar.

Como primer paso, es fundamental tener organizadas las finanzas personales. Con esto me refiero a que es muy difícil encontrar capital para invertir si se tienen deudas que pagar. Por supuesto, eso no significa estar libre de deudas, más bien quiere decir estar seguro de poder pagarlas en tiempo y forma.

Una vez hecho esto, toca identificar y contabilizar cuáles son los gastos mensuales. Para eso es una buena idea hacer algún tipo de tabla o planilla en la que se vaya volcando todo lo que se gasta. Hay también numerosas aplicaciones para el celular que permiten llevar el control de todo lo que se va pagando y hasta sugieren posibles recortes, que es donde radica el paso siguiente: los recortes. Algo muy útil a la hora de entrar en el mundo de las inversiones es aprender a reducir o incluso, anular los gastos innecesarios. No hay que olvidarse de que la fuente de dinero va a ser el propio dinero: cuanto más podamos ahorrar, más vamos a ser capaces de ganar.

Ahora sí, ya organizadas las finanzas e identificados los gastos, entonces queda un remanente de dinero que es con el que se contará para hacer lo que se nos ocurra. Hasta hace poco, para mí, ese restante de dinero iba todo a los ahorros o lo usaba para “darme algún gustito”… Grave error. Ese dinero extra que se puede juntar a fin de mes (cuando es posible) es la fuente de las inversiones. Una vez que sabemos que quedó algo para guardar, lo primero que tenemos que hacer es dividirlo en dos: una parte para ahorro y la otra para inversión. No es necesario que las dos partes sean iguales, en la mayoría de los casos no lo son.

En principio es probable que la mayor parte (o todo) vaya a parar a los ahorros, ya que son estos los que nos van a cubrir en caso de imprevistos. Una regla fundamental de las inversiones es no arriesgar capital que sabemos que vamos a necesitar (no se debe invertir, por ejemplo, el dinero destinado a la próxima cuota del auto). Y acá es donde entra otro concepto clave: el dinero que se invierte es dinero que se arriesga. Si bien hay inversiones más seguras que otras, todas tienen un riesgo intrínseco que se asumen a la hora de poner fondos. Puede haber problemas en el mercado en el que estamos invirtiendo, puede que el activo que elegimos no sea el adecuado, incluso puede ocurrir un evento del tipo “cisne negro” (algo extremadamente infrecuente, como una pandemia). En cualquier caso, no se debería invertir dinero que no se esté dispuesto a perder. Si al riesgo propio de invertir, le sumamos la posibilidad de necesitar el dinero por un imprevisto (problema de salud, accidente de tránsito, arreglo en la vivienda, etcétera), estamos poniendo las probabilidades en nuestra contra. Para eso es el ahorro, para cubrirnos en caso de un imprevisto y evitarnos las pérdidas que puede generar el tener que salir de una inversión antes de que genere ganancias.

Finalmente, como último paso, se tiene que elegir en qué se va a invertir. La recomendación más importante que puedo dar acá es invertir en lo que uno conoce y conocer las cosas en las que uno invierte. Con esto me refiero a que podemos empezar invirtiendo en un mercado que nos sea familiar y, si decidimos adentrarnos en terreno desconocido, primero debemos estudiarlo. No sirve de nada comprar tal o cual activo porque lo nombraron en la televisión o porque el primo Jorge ganó un montón de plata con eso. Al estar poniendo dinero propio, el objetivo principal —aún más importante que ganar más— es no perderlo.

En resumen:

  1. Ordenar las finanzas propias.
  2. Identificar (y recortar) gastos.
  3. Dividir lo restante en “ahorros” e “inversiones”.
  4. Elegir en qué se va a invertir y siempre poner dinero que se esté dispuesto a perder.

Todo esto, por supuesto, enmarcado en el conocimiento. Invirtiendo siempre en lo que se conoce y estudiando lo que no, es la forma en la que se tendrá éxito. Ya lo dijo uno de mis mentores: Si para vivir de una profesión tengo que estudiar una carrera, ¿por qué para vivir de las inversiones no voy a estudiar con el mismo empeño?

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